viernes, 28 de septiembre de 2012

LA LICANTROPÍA DE MANGOAGUAO


El papel de la antropología y las prácticas filosóficas y religiosas como amuleto de los delincuentes

Por Freddy Aguilar
Docente y policía frustrado del Cefounes Zulia

Había sido difícil trepar por la mata de mamón hasta el techo, no sólo por los casi 50 años sino por lo resbaloso del árbol y la hora que estremecía la noche. Sólo por las ganas de que me reconocieran a mí también el título de policía era que arriesgaba tanto. Junto con los discentes a mi cargo lo había planeado, investigar todas las teorías posibles. El discente Jackson Aponte, venido de las africanas tierras de Bobures, pero de familia Palenquera, tenía la teoría de que únicamente desde allí y a esas horas podríamos entender qué movía al famoso “Mangoaguao”, ese peligroso jefe hamponil, a ser un ser nocturno para el trabajo. Tenía la certeza de que habían seres astrales que de noche deambulaban buscando cuerpos para materializarse por licantropía y cometer delitos.

¿Qué y quiénes habían incidido en esos razonamientos?

Primero que nada esgrimía que el docente Víctor Rumbos le había comentado que él volaba en astral después de las doce de la noche. Le había dicho una vez: “Anoche te visité: estabas sentado al computador escribiendo y te ayudé para que terminaras rápido”.

Él estaba seguro que no era una presunción del maestro Víctor, ya que lo había sentido cuando le hablaba y le dictaba de manera persistente mientras escribía. De modo que según esa teoría de salir en astral de un cuerpo, daba pié (teoría criminalística siquiátrica en fin) de que realmente existiera la posibilidad de que “Mangoaguao” el líder de las bandas criminales de los barrios que componen la poligonal Francisco Eugenio Bustamante, fuera realmente un ser indefenso y dócil poseído en licantropía por retorcidos espíritus del mal. De ser así, tal como creían algunos discentes del ambiente 20, la preparación en temas sobre el oscurantismo y la siquiatría, la medicina, la cosmogonía aborigen y la filosofía africana podrían dar los conocimientos y procedimientos para resolver el problema y reinsertar socialmente al líder negativo. Alguien se atrevió a proponer incluso un curso de artesanía para aprender a fabricar cruces de Caravaca, estacas y collares de ajo y limón. Yo, seriamente me imaginaba con mi futuro uniforme policial y todo ese conjunto de armas: Collares por esposas, estacas por bastones, y el libro de La Clavícula de Salomón en vez de la constitución de la república. Si esa era la forma más efectiva de combatir al lugarteniente de la mafia, así lo haría.

Sin embargo para la discente Yasmery Vílchez, era poco serio e incluso improbable que esa fuera la causa, a pesar de que estaba convencida de la necesidad de experimentar con todas las hipótesis posibles.

Si bien del maestro Víctor salía el primer razonamiento, del discente Tulaima salía el segundo. Reclamaba ser discriminado constantemente, él y otros miembros de su etnia wayuu. Que incluso no sólo los de su etnia sufrían ese rigor, que también las personas como el discente Robert Orozco debían sufrirlo, que estaba seguro que así era. Las mujeres y otras personas del barrio donde residía junto a muchos alijunas decían que por las noches él y los que eran como él y Orozco se transmutaban en lobos, perros, mochuelos, ratones y otros animales; incluso la gente los veía como los verdaderos seretones. Decían que al igual que Jesús Cedeño, aquel que fue liberto entrado el 1900, podían hacerse invisibles ante los agentes policiales que les buscaban cuando los denunciaban las mujeres del barrio por vigilarles el sueño al lado de la cama.

Esa teoría de Tulaima era casi perfecta. Demostraba que no era folklore que ciertamente la razón por la que Mangoaguao era un delincuente nocturno e inatrapable era por ser un licántropo o un seretón. ¡Lógico! Su valentía provenía de condiciones sobrenaturales. ¿Quién iba agarrarlo? Si aunque estuviera delante de los policías estos no podían verlo. ¡Con razón podía operar en varias zonas al mismo tiempo! ¿Qué policía iba a desconfiar de un perro que le pasara por un lado a toda carrera, así le ladrara? ¿Quién iba a buscar a un delincuente con forma de mochuelo? Yo incluso no pude evitar recordar la vez que me miraba desde la mata de coco de la casa de proyecto comunal del barrio 19 de abril. Y la vez que se paró en la cuerda de colgar la ropa en la casa de nuestro contacto comunitario Richard “El mocho” ¡Claro que era él aquel mochuelo! ¡Hasta ahora me di cuenta!

La tercera y última teoría sobre las licantropías de Mangoaguao era la que tenía que ver con la cantidad de delincuentes que tenían en sus casas las diminutas jaulas con alondras. Sólo el discente Pirona se hubiera fijado en ese detalle característico de los delincuentes de la poligonal. No sólo las tenían en sus casas, era que cuando salían a cometer fechorías, deambulaban por las calles con ellas. Él pensaba que a Mangoaguao lo protegían tras los barrotes de esas jaulas los mismos delincuentes que le servían. Esa, según Pirona, era la causa de que pudiera dar tantos golpes criminales en cualquier esquina. Por supuesto, actuaba, se convertía en Alondra, entraba en la jaula y cantaba alegremente “Las mañanitas del rey David” cuando veía venir la policía. Así no puede triunfar la justicia, con tanta ventaja. Menos mal que decidimos hacer una investigación bien seria y profunda para descubrirlo. Y yo en mi imaginación con el uniforme puesto, y al cinto la honda para que cuando ese pajarito cantara darle por la patica.

Bien, allí estábamos montando guardia en el techo de que Zulay. Mirando para todos lados, turnándonos el sueño. Centímetro por centímetro cubierto con los binoculares de visión nocturna que el discente Ibner Gómez, conocido entre nosotros como Bond... James Bond, nos prestara.

Yasmery insistía en que esa investigación no era seria; que mejor nos planteábamos la hipótesis del discente Ronald Viloria, la cual consistía en que la moneda aflojaba toda tuerca. Ella hablaba y yo me la imaginaba (a la moneda por supuesto) ¡aflojáte tuerquita, aflojáte!

¡La que no me parecía seria era esa teoría! ¿De dónde venía? ¿Acaso de las teorías materialistas del fulano Marxista de apellido Leninista? ¿Qué insólito que a estas alturas de los avances cibernéticos y de la comprobación de la posibilidad de desmaterializar y rematerializar lo desmaterializado, todavía exista gente que cree que el dinero es lo único que puede hacer posible que no atrapen a Mangoaguao?
Realmente eso sería el fin de la seriedad y el romance. Allí sí que no podía imaginarme ni de uniforme.

No quisiera verme en una asamblea de ciudadanos de la comunidad: ¡Señoras y señores, demandemos al dinero; hemos descubierto que es el culpable de que hayan tantos robos, ventas y consumo de droga! Es el culpable de que Mangoaguao no cante las mañanitas en la cárcel. Por favor, ¿cuánto se reirían de nosotros los científicos del crimen?

¡Qué poco serios Yasmery y Ronald! Perdónalos señor que no saben lo que dicen. Me molesté por semejante teoría, así que para cobrarles tanta ingenuidad forcé que pagaran vigilando mientras los demás dormíamos.

Así, amaneció tarde... al menos para nosotros que nos tomábamos muy en serio la investigación sobre el crimen. La calle estaba llena de delincuentes con alondras que miraban hacia el techo con una sonrisa irónica. Aún con la baba húmeda en mis mejillas. Me enjugué los ojos con los puños y me vi solo, en el tejado junto a un gato vinculador que aún no se desperezaba. Las alondras cantaban “Las mañanitas del rey David” y quienes sostenían las jaulas señalaban hacia el abasto aún cerrado. Sobre el mostrador estaba el mochuelo, abajo el perro y ambos reían y ladraban de manera burlona. En la pared del abasto se podía leer “Seguridad Comunal” con una pistola dibujada.

MÍMESIS DEL DESEO

Que certeza tan firme de que era un nuevo negocio de Mangoaguao. Como pude, y ante la mirada irónica de los compinches del delincuente y bajo el canto de las mañanitas me deslicé por la mata de mamón hasta el patio trasero de nuestro contacto comunitario.

Como loco corrí hacia adentro de la casa, los discentes me gritaban “Corra profesor, corra”. Abrieron la puerta y entré. Con dificultad me ubiqué porque ya la comunidad se había activado ante la convocatoria de los discentes. Ante tal ataque masivo proveniente del hampa se habían reunido en la casa de Zulay después de trepar cercas con la ayuda de las escaleras de palo. Con ellos estaba la representante nacional de la lucha contra el crimen organizado. ¡Qué diligente esta mujer, muy hermosa por demás!

-        ¡Profesor, lo esperábamos para empezar esta asamblea destinada a discutir la mejor manera de alejar o enfrentar a este maleante!

Dijo Zulay Cardozo, con mucho nerviosismo y prosiguió.

-        Le presentamos a la representante nacional para la lucha contra el crimen organizado.

Me impresionó la mujer cuando escuché aquella hermosa voz. Era un canto su voz, realmente perturbaba. Se encontraba echada al mueble de manera displicente, contrariamente a la situación en que estábamos imbuidos. Me acerqué a estrechar su mano, como corresponde a estas situaciones, cuando la siempre desconfiada discente Jenny Morales rápidamente me tomó del brazo impidiéndolo. Al oído me dijo.

-        Espere profesor, tengo una teoría, esa mujer no es esa mujer. ¡La mímesis profesor! ¿Recuerda que Egler Albornoz planteaba que muchos de los que caminaban con nosotros en la universidad eran capaces de asumir las identidades de otras personas? ¿Que fácilmente podían camuflarse entre los pilares? Me parece sospechosa su actitud entre tanta tribulación.

Realmente dio donde era, me puso a meditar. Era muy apropiada su observación. La mímesis del teatro: jugar a ser quien no soy. ¡Cuánto sentido! Pero ¿Con qué sentido? Sería ella la de la teoría de Girar que decía que nuestros deseos se configuran por los deseos de otros. Es decir que realmente era otro profesor de la universidad mimetizado con la intención de que una vez resuelto el enigma de la imposibilidad de aprehender a Mangoaguao, apropiarse de nuestro descubrimiento. Muy fácilmente podía ser, ya que no era el único que deseaba ser reconocido con el título de policía entre los profesores. ¡Qué voz tan horrible tenía ese profesor! ¿A quién pretendía engañar con ese disfraz? ¿Pero cómo desenmascararlo delante de todos?

-        Esta investigación comienza a enseriarse. Dijo el discente Viloria, y agregó; pues cabe la posibilidad que tal como lo propone Girar, sea, no un profesor rival, sino el mismo Mangoaguao.

-        O un rival del mismo que ha venido a colaborar para que descubramos como destruir la hegemonía del delincuente y así posesionarse del territorio una vez que la PNB lo pueda retirar con su jaula y mariachis incluido; comentó Zulay Cardozo, nuestra extraordinaria aliada comunitaria.

Grandioso, con eso noté, entre otras cosas, que el esfuerzo de Zulay por enseñar a nuestros discentes comenzaba a dar sus frutos en el discente Ronald Viloria. ¡Qué dilema! ¿Cómo resolverlo? Por un lado la tesis de la discente Jenny Morales y Egler Albornoz, por la otra la de Ronald Viloria y por último la camarada Zulay Cardozo. Profesor, delincuente y enfrentamiento entre bandas.

-        Rápido, discente Oraima Mavárez, hágame una cartografía relacional para ver la conexión entre esta... este... personaje de mi propia ficción...
 
-        Un momento profesor; la nuestra. Porque estos son nuestros propios delincuentes y este cuento es nuestro. No son su ficción. Dijo Zulay Cardozo.

Apenado, le di las gracias rápidamente por recordármelo. La discente reunió a los presentes menos al esperpento, al que yo me encargué de entretener. Controlando mis terrores, imitaba a un loro. Hablaba de todo e inventaba lo que sea para interesarla y desubicarla del trabajo cartográfico que se llevaba a cabo en el patio. Hasta que quedamos solos fue que noté que la representante de la lucha contra el crimen organizado caminaba con sus patitas cambadas como algún animal que no podía recordar. Había mucho calor entre nuestra conversación y el lugar que ocupábamos y yo sudaba copiosamente. El sudor algunas veces da picazón y ella se rascaba mucho; sobre todo entre su larga cabellera de mujer.

-        Profesor. Entró la discente Oraima, tenemos los resultados. Mientras lo decía vi a Zulay con Richard “el mocho” con cara de alegría.

Me excusé del personaje y fui al patio donde me esperaban. Tomó la palabra Richard “el mocho” y comenzó a aclarar el misterio desde una comprensión completa del tema en su contexto. La discente Jenny nos habló de la teoría del Francés que se mudó en la esquina de que Leonalis la que se va a graduar de Médico de Barrio Adentro, la que vive en la esquina de que “Machete”. Así que mandamos a buscarlo con José Luis y aquí está.

¡Qué pequeño era el mundo un francés de la talla de René Girar viviendo en nuestra poligonal de Francisco Eugenio Bustamante, específicamente en las prehistóricas calles del barrio 19 de Abril!

-        La ciudad es objeto de deseo entre delincuentes por razones del capital. En la mímesis los sujetos rivales se imitan como los animales que pelean entre ellos por la presa, el territorio o la manada. Las diferencias se acaban y ambos se transforman en una sóla imagen, la del gallo que pelea con otro gallo. Así comienza la diferencia y esta lleva a la contienda, pero al final el interés original de la lucha se acaba y sólo queda la rivalidad que de manera obtusa los lleva a exterminar el uno al otro y quien gane se queda más que con el objeto del deseo con el sabor de haber bebido la sangre del otro.

Lo había dicho el mismo Girar en un español dificultoso. Con ello dio la palabra al líder del consejo comunal, Richard, no el mocho si no Matheus, el doctor.

-        Lo que ha dicho el francés, en pocas palabras es que ciertamente estamos en un enfrentamiento entre bandas donde nos están poniendo a jugar a uno de los bandos, es decir, somos parte de un agavillamiento, de un plan concebido para que ayudemos a definir quién será el líder de la delincuencia en la poligonal.

-        Profesor dijo Oraima, la relación cartográfica reunió en la misma casa y en la misma familia a esa mujer y al “González”. Son hermanos profesor.

¡Dios, qué revelación! ¡Qué pena a la vez! ¡Un gran descubrimiento develado... una lectura para cambiar el mundo! ¡Gobierno infiltrado, mimetizado como nos lo dijo Egler! ¡Sistema Integrado de Policía utilizado por delincuentes como confirmó la teoría de Zulay!

Desbaratamos el plan. Nuestros discentes se graduaron con honores, incluso Zulay y los Richards recibieron el título de docentes honorarios de la universidad. Yo me quedé esperando mi título de Policía porque, aunque en agradecimiento por haberle salvado la vida, el peligroso “Mangoaguao” se entregó a las autoridades, mi investigación quedó inconclusa porque según Ángel Chacín y la discente Yasmery Vílchez, el materialismo derrotó mis tesis idealistas del papel de la antropología y las prácticas filosóficas y religiosas como amuleto de los delincuentes.

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